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Mamá, las verduras se cuecen enteras.


Y llego el fin de semana y mi madre se pone pesada. Acerca de cómo cortar los champiñones y demás inclemencias atmosféricas. Que si a láminas, que si en cuartos... y me imagina perdida entre las sábanas blancas de mi cuarto, con algún elemento del género masculino. Así que ese mismo fin de semana, mientras voy a cenar con mi santo padre y mi santa madre (y mi hermano de fiesta por ahí, claro) le da por llevarme al bar de unos amigos y decirme "Oh, mira, R" comenta mientras coge del brazo a un zagal con pintas de moderno y musculado muchacho "éste es Edgar, es el hijo de J. y P....estudia arquitectura" (guiño de ojo). Mi cara en ese momento expresa exasperación mal disimulada.

Sí, mamá, perfecto. Le faltan tetas, lo siento. Y le sobra el pene ¿qué le vamos a hacer? Vale, que ella me ha tachado de ligerita cascos... por tener sexo a la tierna edad de veinte años y con mi pareja estable de aquella época. Lo siento, es una manía que tengo, no querer llegar virgen al matrimonio. Y bueno, ya ves, cuándo estás con alguien te da por tocarle, no sé. Oh, vaya... quizás ahora debería tener miles de hijos. Así que mejor corramos un estúpido velo y hablemos de vegetales de nuevo. De cómo no hay que cortarlos. Pero bueno, ya pasado el trauma de que su pequeña niña tiene relaciones maritales (fuera de las nupcias y previas, todo sea dicho de paso), se le pasa la tontera y se plantea  que las tiene con una chica. Oups. Sí, ella tiene pechos, dos muy hermosos. Y su cerebro tiene dos mitades operativas. Hasta se viene de compras conmigo y opina acerca de la ropa. Suena la alarma. Ninoninonino. Entonces mi madre, que sospecha que su pobre hija se ha echado a perder por culpa de una malvada lesbiana, comienza a buscar con ojo avizor a todos y cada uno de los zagales musculados de 20 metros a la redonda, y si son los hijos de alguien conocido, mejor que mejor, que a la familia política más vale tenerla controlada. 

Me pido tranquilamente una tarta de queso de postre. Que los placeres hay que compartirlos con los seres queridos. Sí, soy capaz de comer tarta delante de mis santos padres, sin poder evitar poner los ojos en blanco y jadear de vez en cuando, cada vez que llevo una cucharada de deliciosa tarta a mi boca. No te jode, la niña va a empezar a revelarse, solo para demostrar lo pecaminosa que puede llegar a ser. Así que mi calenturienta mente decide poner a mover los engranajes de mi imaginación ¡Oh! ¡Por todos los santos y ángeles del coro celestial de Dios (puñetas)! ¡La niña está tomando postre! Seguro que se ha montado una cama redonda con cada uno de sus amigos y amigas, pensará mi madre. Y lo peor... es que hasta entonces no había pensado en las "amigas". Oh, eso abre un nuevo mundo de posiblidades puteriles en las que ella no había caído. Pues sí, madre, lo mejor de todo es que ahora no tengo que darte explicaciones de cuánto papel higiénico gasto en pro de tus sospechas de orgías en casa. Y mucho menos, la mujer que recorre cada centímetro de mi piel cada noche no me monta discusiones por la forma en la que corto las verduras, me deja cocerlas enteras. Aunque tú desearías la opción fácil, pero la vida no siempre es como a uno le gusta. ¡Además, yo no cuezo, enriquezco!

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