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Lesbianas en público

Un día se lo decía a mi mujer: me voy a hacer un collage con las caras de todas las personas que nos miran mal cuando te beso. Nadie miraría raro a Darth Vader en medio de la calle dando sablazos láser a diestro o siniestro (Al menos en Camden Town no parece molestarle a nadie y hasta le dan dinero al tipo). Tampoco parece una mala idea poner a un tipo disfrazado de gordo con ropa roja y barba a repartir caramelos a los niños, "Acércate, hijo, vé con este Papá Noel a que te dé uno" dicen los padres. Y mira que eso de aceptar dulces de desconocidos no está bien. O eso me decían a mí de pequeña. Pero ¿dos mujeres de la mano o abrazándose en la calle? Eso es obra de Satán.


Nosotras lo sabemos, que según los señores y señoras que nos miran, arderemos en el infierno. Junto con todos los cantantes de mis bandas preferidas. Mejor bien acompañada que con un coro de ángeles coñazo que huelen a fresa. Y un Aleister Crowley quizás por ahí. Pero en resumen, una pareja perreando en el banco de un parque está bien. Una chica dándole un beso en medio del súper a otra es un delito. "Las lesbianas de la sección de congelados, acudan a caja 5, donde no se les aplicará descuento de ningún tipo".

Hace unos años, cuando ésto me pasaba, miraba a otro lado y me sentía triste, reflexionaba acerca de lo mal graduadas que están las gafas de la sociedad. Casi me sentía más apenada por los niños, a los cuales retiraban de nuestra vista muy rápido. Ahora, en un acto casi como de aceptación, me atrevo a mirarles a la cara. Y todavía peor: a sonreír.

Déjenme que les cuente, amigos lectores, el día en el que una vecina se metió en el ascensor con mi hijo y conmigo. Ya no estamos hablando de que la mujer nos haya visto en público haciendo un acto de amor del cual redimirse después, según su concepción del mundo. Les prometo que el exhibicionismo es la última de mis aficiones en mi nuevo barrio. Bien, subíamos mi hijo y yo al ascensor y vecina de al lado nos mira entrar, casi le faltó santiguarse, y pone cara de susto. Mi hijo, en un acto de buena educación y haciendo alarde de su saber estar le abre la puerta. No debe ser muy común que a alguien le abran la puerta en el siglo XXI. Pero bien, además de ésto, le pregunta a la vecina que qué tal se encuentra y le da las buenas tardes. Y yo le sonrío a mi pequeño, sin saber muy bien cómo explicarle por qué la señora se está arrinconando para no establecer contacto directo visual con nosotros. Casi parecía recitarle el padrenuestro al cuello de su camisa. Recorremos los 5 pisos, creyéndonos que nunca iban a terminar. Y le abro la puerta de nuevo a la buena vecina, que miraba al suelo y casi ni podía despedirse.

Y yo me pregunto ¿tan poco fisiológico es ver a una madre salir con un niño a comprar? ¿Actuaría igual si fuera una pareja hetero, estilo Barbie.-Ken? Me subo del supermercado pensando en la mejor manera de que mi pluma le arranque la dignidad a mi vecina. Desenfundo mi teclado y pienso "no". Pues no, no me da la gana. Actos como este, sonreír y abrir la puerta y mirar a los ojos a los vecinos mojigatos es lo que crea un camino a la diferencia. A la aceptación.





Por primera vez en varios años me he otorgado el regalo de mirar sus caras de asco y coleccionarlas para darles a cambio mi mirada de más absoluta felicidad. Y ya de paso, me he planteado hacerme un collage con sus caras y sus expresiones. He estado mucho tiempo pensando cuál sería la postura correcta y me cansé de agachar la cabeza y soltarle la mano a mi mujer en público. La aprieto más fuerte y le gano una pequeña batalla a la vida. Señores, la igualdad se gana con estos pequeños actos, la visibilidad no se consigue solo subiéndonos en una carroza. Es el trans que trabaja en la zapatería y que no deja que sus compañeras le tratan diferente. Somos las mamás que llevamos al nuestros hijos juntas al cole. Son los trabajadores que abren la boca y dicen "mi marido" en lugar de "mi mujer". Y a ninguno nos importa que nos vomiten un padrenuestro de vez en cuando, ni que nos disparen balas de plata mentales.

Señores y señoras, dejen de agriar la expresión cuando me ven con mi hijo o mi mujer en el parque paseando o en una tienda comprando ropa. Somos las cookies del siglo XXI. No se puede navegar sin aceptarnos.

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