Pues ya sé que hay tropecientas mil versiones de Caperucita roja, pero quería volver a hacer la mía, ya que tenía una escrita, pero la perdí hace poco. Espero que a pesar de la falta de originalidad os guste esta entrada. Por cierto, ésta mujer es la Belucci...
Érase que se era, una vez, una mujer vestida de rojo, que se perdía de vez en cuando en los bosques de camino a casa de su abuelita. Con su capita de terciopelo y sus preciosos zapatos de tacón, roja toda la indumentaria, para no perder la costumbre, salía de casa inventada de cuento. Llevaba en su cestita un par de manzanas, rojas, ambas, con las que jugaba a ser la niña que todos buscaban. Abuelita, abuelita, canturreaba en su mete, haciendo inventario del jarabe, la miel, las manzanas y todo el contenido de su cestita. Se cubría de lazos y sedas, con sueños de encaje para vestir sus labios de carmín. Ay , boca desgastada por la falta de besos legítimos, que envolvían sus canciones mientras encontraba el caminito al bosque. Érase que se era, una mujer convertida en niña, que paseaba día tras día, que cruzaba los límites de su propia realidad. Se colgaba la cestita y se ponía sus zapatitos rojos y salía a buscar al lobo en cada cuento.
También dicen que cuentan que existía un lobo, tan feroz como un naufragio en alta mar. Tan violento y peligroso que a caperucita se le había advertido de su presencia por los bosques. Arrogante y descarado, con grandes fauces capaces de devorar a las niñitas más cautas. Sueña que te sueña, y cuenta que te cuenta, decían las malas lenguas, que caperucita se perdía cada día por los caminos que llevaban a su destino, sin que nadie sospechara que el lobo, tras su rostro feroz y temible, la esperaba cada noche. Caperucita se adentraba cada día, dispuesta a llevar cestitas y demás tarritos de cosas ricas, colgados del brazo para su abuelita. Caminaba solitaria, acechada por el lobo, hasta llegar al punto de engaño, por parte del lobo en la que caperucira confiaba en él. Sucio y embustero lobo, rastrero, mucho peor que cualquier de esos hombres que se dan a la perdición en el antro de cualquier mujer de caderas de pago.
Pasaban las horas y el cuento, contado por todos igual, se cumplía palabra por palabra. Sueña que te sueña, cuenta que te cuenta. El terrible cánido devoraba a la abuelita y luego a la niña, que lloraba desconsolada hasta que el cazador las rescataba.
Del lobo nunca se sabía nada de nada, pero cuentan los aldeanos que caperucita y su abuelita fueron felices hasta tal punto que se dieron un festín de perdices. O eso es lo que todos piensan.
Noche tras noche, pasaban las lunas, menguaban, crecían, nacían y, las estrellas, eternas confidentes de esta mujer vestida de niña, acompañaban los paseos más secretos de esta caperucita inventada de cuento. Salía al encuentro de la noche, con sus lazos, vestidos y zapatos rojos. El carmín recién puesto y el corazón lleno de lágrimas que guardaba en cofrecito bajo llave. Sueña que te sueña, con las palabras del cuento que ya sabía de memoria, casi recitándolas como parte de su canción callada, salía a su encuentro. Y Caperucita y no era Caperucita, era la voz de su madre, casi a modo de oración, recitándose a si misma la vija historia: "cuidado con el lobo, niña mía, que eres linda, llena de lacitos y voluptousa, y lo que debes hacer es centrarte, llevarle a tu abuelita sus medicinas, que tiene que ir a misa mañana..." Y cuenta que te cuenta, que salía al encuentro de la noche entre claroscuros de luna y estrellas.
Y no habían manos que la sujetaran, no habían miradas furtivas, ni lascivia, solo un claro de bosque a la luz de la luna y un cruce de caminos en el que quedaba todas las noches con él. No venía vestido de cuento, ni de lobo, pero se moría por devorarla con cada paso que ella daba hasta llegar a su encuentro. La razón no cabía entre sus manos, no habían nombres que utilizar, ni etiquetas por las que identificarse. Lobo acariciaba con sus manos su cara cuando ella se acercaba para desgastar su carmín en él. Y la capa roja, aquella que a la mañana siguiente ella se pondría con tristeza, se deslizaba por sus caderas desnudas. Y su vestido, lleno de lazos y puntillas, dejaba al descubierto sus pechos. Yacían sobre la capita de escarlata terciopelo que los vestía a ambos de cuento. De canciçon desgastada por las niñas saltanto la comba. Sueña que te sueña, el lobo besaba desesperadamente su cuello, y se perdía en la curva de su cintura después. Caperucita, desvestida de cuento, recorría los caminos del lobo con sus manos, dejándose seducir por su piel y haciéndose convencer, como tantas otras veces. Se enredaban pierna con pierna, labio con labio y manos entrelazadas, para comerse a besos como tantas otras noches. Pasarían la noche en vela, hasta que las primeras luces del amanecer les devolviera unas miradas algo más claras. Sus ojos se buscaban entre la foresta, con la caperucita a un lado, bajo las puntillas y el cancán de colorín colorado.
Hablaron sin palabras, se mecieron en un "te quiero" silenciado segundos antes de que caperucita se planteara desaparecer fugazmente del bosque. El lobo la miraba de lejos, mientras ella se abrochaba los zapatos y todos y cada uno de los botones de su vestido. Y regresaba por el camino de vuelta a casa, mientras el Sol aún no se había atrevido del todo a asomarse. Y cuenta que te cuenta, érase que se era, que caperucita se vestía de cuento, para ser de nuevo una niña bien, entre sus encajes de satén. Cogía la cestita de frasquitos adorables y las conservas y salía de su casa a casa de su abuelita Y se dessibujaba bajo la capa que horas antes había sido su lecho. Hasta que cayera la noche.
Pues entre las sopotocientas versiones que hay de esta historia, me ha encantado la tuya :P
ResponderEliminarme la puedo guardar para contarsela a Alex?
ResponderEliminarMe quito el sombrero ante ti, preciosa ;)
Qué tanto contado sin llegar contar tanto. Cuánta belleza poética. Me ha encantado. Literalmente.
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