Desde que llegamos a Atenas a vivir, no he actualizado mucho ni mis blogs y hasta había perdido la contraseña de las cuentas. Para celebrar que hemos recuperado el acceso a los blogs, voy a contaros un poco cómo nos va en esta Grecia nuestra.
Cuando llegamos ya sabíamos que no podríamos tener una vida más o menos libre, desde el punto de vista familiar. El hecho de que la gente se pare por la calle para darle un beso en el anillo al cura y que los jóvenes se pare a hacerse cruces delante de las iglesias, o como nosotras decimos, "a bailar la Macarena" no alentaba mucho.Sin embargo, ya veníamos prevenidas, en Grecia las cosas se toman con una mentalidad más conservadora, y las veces que habíamos estado de vacaciones, algún chico que otro nos había abordado en una cafetería y al darse cuenta que nuestras manos se entrelazaban como algo más que amigas, retiraban la invitación al instante y se alejaban.
En una ocasión, estábamos en el bar de los que serían nuestros amigos después de un ritual. Ya han pasado dos años desde aquella noche en la que las jarras de vino corrían y parecía que Dionisios y Hermes jugaban con nuestra percepción de la lengua y que nuestros oídos se abrían al griego. Sucedió que se terminó la jarra de vino en mi copa y cuando eso pasa, los griegos dicen que te casarás muy pronto. Nuestra amiga A. dijo:
-Ohhh, Galena, te casarás en el próximo año...a no ser que ya estés casada, ¿lo estás?
-Pues sí, lo estoy.-dije tranquilamente.-Con ella.-Señalé a la mujer que me acompañaba, con quien me había casado hace pocos meses.
Se hizo el silencio en la sala ante mi sinceridad inesperada. Nuestra amiga, pidió otra jarra de vino y dijo en inglés la traducción literal de algo que se dice aquí cuando no se le da mucha importancia a algo: "ah, bien". Y la noche siguió su curso con el mismo tono y ritmo que hasta entonces. Nadie tuvo problemas entre nuestros amigos aquí para aceptar que éramos pareja. Las palabras no corrieron como el viento y el hecho de que fuésemos dos chicas no provocó ningún cotilleo. Cuando volvimos a Atenas, tuvimos que repetir la historia de que estábamos juntas y que teníamos un niño. La reacción de la gente fue muy normal y eso es algo que reconforta.
La segunda parte de de la historia empezó cuando comencé a trabajar en el call center. Tenía por delante un training de casi dos meses con una trainer muy divertida a la que le encantaba contar su vida personal. Además de eso, siempre preguntaba por nuestras vidas: si teníamos perros, gatos o hámsters. Llegó el momento de hablarde la familia y los novios o maridos y el inglés tiene esta estupenda neutralidad lingüística con la que puedes contar lo que quieras sin género. Pues bien, llegó el momento de decir el nombre de mi chica en público y la trainer dijo que era el nombre más bonito del mundo y que si tenía una hija se llamaría así. También expliqué que tenemos muchos proyectos juntas y que además escribimos una novela etc. etc. Nuestra relación siempre ha sido así, somos compañeras en muchos sentidos. Me alegró mucho la buena reacción de la gente del trabajo y una pequeña luz de esperanza inundó mis sueños de que algún día, además de eso volviera a estar casada legalmente con mi mujer en Grecia.
Nuestras vidas transcurren con la normalidad de una familia con un niño, salimos al parque, hacemos la compra, salimos con amigos y todo ello sin escandalizar a nadie y sin morrearse delante del cura del barrio, oiga, que no está el horno para bollos.
Pero siempre llega el día donde alguien te presenta a su familia y por no dar infartos innecesarios a octogenarios, se pone delante de tu cara la triste realidad: "sí, mi amiga ha venido a Grecia a buscar marido. Esta chica que la acompaña es... su prima." Y yo, con cara de tonta, pues me toca asumir la cruda realidad: que aquí soy soltera de nuevo y que sí, para algunas personas soy la prima.
Me produce mucha tristeza admitir que aunque quiera caminar de la mano del amor de mi vida y nuestro niño, para algunos soy solo la prima que busca a un griego. La mente de algunos no es tan flexible como la de otros y me apena pensar en algunos amigos a los que la iglesia les ha envenenado la mente de tal forma que si no estás casada y jugando a las cocinitas casi llegados a los treinta, te ponen un catálogo de maquillaje sobre la mesa y te proponen presentarte a alguien. Personas a las que adoro como de mi misma piel que han compartido conmigo momentos intensos y emotivos. Siento pena no solo por mi y mi mujer, sino por la mente de aquellas mujeres capaces de levantar el mundo que sienten que sin un marido sus alas están rotas. Queda mucho por hacer en este país al que tanto quiero. Y espero poder contar dentro de unos años que esa misma amiga descubrió que no necesita cocinar y tener la casa apunto para nadie, que sus alas la hacen libre de cualquier yugo que impuesto por los supuestos "padres espirituales" del Estado.
Comentarios
Publicar un comentario
¿quieres una manzana? cuéntame, ¿de qué color la quieres?