En la cocina en la que tantas horas han pasado generaciones de mujeres, frente al calor de los fogones, esta vez algo más modernos que antaño, con un par de microondas y varias tazas de té en proceso, respiran cuatro mujeres. Se miran unas a otras y se dan ánimos, porque una de ellas ha decidido denunciar por maltrato psicológico a su marido, tras años de empequeñecerla y arrinconarla, ella ha conseguido echarle de su vida y dejar de morderse las uñas (esto ha venido solo, tras la primera decisión). Se ha levantado de su estado de letargo, de esposa dormida y sumisa y ahora está luchando por que le reconozcan todos sus derechos con respeto a la custodia de su hija. Un hombre más, que irá a buscar a otra a la que anular, pero ya no será ella.
Y no hay rituales, ni hay incienso, solo el aroma de las infusiones, el sonido de las ollas chocando mientras una de nosotras se encarga de adecentar la cocina, pues nos hemos pasado el día haciendo cosas más importantes: nutriendo nuestras mentes, siendo magas y dueñas de nuestras vidas. Una quiere un té rojo con azúcar, a otra le haremos una tila doble con miel, y la más pequeña quiere un vaso de leche con cacao, aunque aún se adivina la nueva mujer que florece en ella, tiene ese punto adolescente que tan loco vuelve a quien la mire. Yo misma me haré un Earl Grey, fiel a mi afición británica, cuando acabe de colocar los cacharros. Y la luna se va colando poco a poco, desde la ventana que da a los jardines de los bloques, que ahora están brillando bañados por los aspersores. Abrazamos a la que ha decidido dejar a su marido, mientras, sin lágrimas en los ojos, llena de un sentimiento muy parecido a la rabia, dice que es una luchadora y que a su hija no la va a tocar nadie. Ya no habla sin cesar, hecha un manojo de nervios, ahora tiembla de rabia cuando mira atrás y recuerda sus días de oscuridad, en los que llamar "amor" a cualquier cosa y autoconvenerse de que "todo va bien" era su medicina diaria.
La pequeña mujer con nombre de diosa lunar, que se ha colado en nuestras vidas como una más, está aprendiendo a ser fuerte. A su corta edad, con su carita salpicada de pecas y sus caderas ya formadas, dibuja la personalidad de una mujer de carácter. Capaz y valiente, se está atreviendo a vivir, a decir no a los errores que yo misma cometí. Comienza a abrir las alas, de hecho viene de pasar una tarde con su novio. Ella ha sufrido pérdidas a su corta edad y ha sabido encajar golpes que muchas chicas de su edad no habrían sabido ni si quiera torear.
Al otro lado de nuestro refugio femenino, en la misma ventana, está la mujer de mi vida, esta que me acompaña en casa paso, cada mañana al despertar. Es también una luchadora, es quien anima a las demás a superarse día a día y ser más fuertes. Hermosa, valiente, clara y oscura, madre también, sostiene con su mirada regia sus ideales, aquellos que defiende hasta la muerte. Su vida ha sido de las más complicadas que conozco, con cada palo ha seguido adelante. Ahora, tal y como la he conocido, no se queja nunca y pone su mejor sonrisa a cada obstáculo.
Y ahí me hallo frente a sus ojos, una mujer con cicatrices en el corazón, preparando los brebajes mágicos, poniendo mis manos sobre ellos y prestando mis oídos y después mis brazos, a la que beberá una tila doble cuando se enfríe. Y no puedo dejar de recordar todas las veces que he dejado que un hombre hable más alto que yo por no gustarle como corto los champiñones, o cada vez que dejaba de prestarme atención a mí misma y a mi placer, que me tiraba como una muñeca para quien no me merecía. Y en medio de esta cocina, del espacio más sagrado de los antiguos hogares, con Atenea como dueña y señora del espacio, cuatro mujeres, de diferentes edades, condición, circunstancias, se abrazan y se escuchan. Cuatro rosas, cuatro serpientes, cuatro sacerdotisas, cuatro dueñas de su vida, fuertes, capaces y orgullosas de ser ellas mismas, se alzan y toman las riendas de su vida. Bienvenidos a la era de Acuario, querid@s mí@s.
Felicidades a la serpiente que sale de la trampa!
ResponderEliminarSalir del agujero de ese hombre que te mira por encima ya no del hombro, sino de tu propia cabeza, es difícil y doloroso. Decirle (y decirte a tí misma) "no, ya no te quiero. Eres malo para mí, vete", es una decisión que cuesta más que nada.
Porque tienes miedo, porque crees que va a volver a insultarte, a decirte "que nadie va a querer a una mujer usada", que "tienes suerte de estar con él".
Y cuando das el paso y te encuentras con unos brazos que no te encierran, sino que te acunan, con una sonrisa que no oculta posesión, sino amor, te das cuenta de que el mundo está mas allá de la puerta de casa. No importa que esos brazos sean los de un hombre o una mujer, porque detrás de ellos están también tus amigos (aquellos de los que el malvado trataba de alejarte con mentiras), y tu familia (aquella a la que detestabas porque ellos no podian ni verle a él...)Quien me conoce sabe que hablo con conocimiento de causa.
Repito, felicidades a la que ha salido del agujero. Un beso enorme y un abrazo a todas, de parte de un cuervillo que pasaba por aquí ;)
Me has arrancado una sonrisa enorme de los labios. Y las serpientes y los cuervos no somos tan diferentes. Muchos besos guapa!!
ResponderEliminarComo los angeles, deslizas tu pluma y atraviesas con tus pensamientos las vidas de todos. Pocas personas tienen el don de transformar acciones desapercibidas en mensajes divinos, tu eres una de ellas.
ResponderEliminarTe quiero.
Y que esa fénix renazca, fuerte, brillante y llena de vida.
ResponderEliminarSe puede salir de esa espiral y volver a ser feliz,lo dice una a la que en su día también la hicieron cenizas.