Amar es bonito, salen mariposas de colores del estómago, las manos se te van al cuerpo de la persona amada, los ojos parecen brillar con luz propia y los pies presentan una tendencia a pisar unas nubes que solo existen para la enamorada. Un gesto, una palabra del ser objeto de adoración es una ventana a la felicidad más absoluta, al séptimo cielo, allá donde el coro de ángeles celestiales cantan su nombre. SU NOMBRE. Al principio cuesta admitirlo, porque en el fondo sabes que esa cara de idiota morfinómana te delata. Así que después de la décima persona que te pregunta "¿quién es el afortunado?" respondes: "Es él". Embelesas el aire con tu descripción del objeto de tu devoción, lo presentas a papá y mamá, contándoles que es todo un caballero de los que acompañan a casa por las noches, echándote por encima su levita nada más salir de su coche. No admites una crítica de tu novio. Es un ser absolutamente per-fec-to. Y aunque solo sea así para ti, eso va a ser suficien...